jueves, 6 de junio de 2013

MORENA. Más allá del Pacto “por” México


Roberto Mendoza

Con el fin de asegurar su legitimidad, una fuerte carta de presentación a la que Enrique Peña Nieto recurrió iniciado su sexenio, fue el mostrar que en su gobierno se lograrían dar los grandes consensos que en las anteriores administraciones federales no se habían podido construir. Para conseguirlo, desde antes de tomar el cargo, le fue necesario acercarse a las dirigencias de los otros dos partidos de mayor alcance a nivel nacional y adherirlos a sus intereses.
Esto, sin embargo, no representó reto alguno para Peña Nieto. Por una parte, la dirigencia panista, así como el partido en su totalidad, personifica un claro aliado en las definiciones de mayor interés inscritas en el modelo de libre mercado del nuevo PRI; por la otra, la dirigencia del PRD, cada vez más desviada de sus principios originarios y ansiosa de ser tomada en cuenta en el reparto de los cargos públicos, estuvo dispuesta a sumarse. De tales posturas se tuvo como resultando el llamado “Pacto por México”.
Presentado con bombo y platillo por el Jefe del Ejecutivo Federal un día después de tomar protesta, el pacto era considerado como “un acuerdo político inédito y trascendente” al que le daba vida una alta madurez de las principales fuerzas políticas.
No obstante, una vez presentado su contenido se comenzaron a manifestar críticas de lo que el pacto buscaba. La reforma educativa, la reforma en telecomunicaciones y claro está, la reforma energética, que va de la mano con la fiscal, están enmarcadas en la lógica privatizadora y de despojo a la Nación. Pero la reacción de los pactantes a estos puntos de vista ha imperado en considerarlos no por los argumentos por los que se emiten sino por quienes lo hacen, calificándolos de radicales 
Ahora queda claro que aunque discursivamente lo hayan querido evadir, el pacto también sirve para aislar a los opositores de las iniciativas que el pacto impulsa (Principalmente el MORENA y su líder máximo Andrés Manuel López Obrador). Pero también lo que no se ha dicho es que el pacto abre la puerta para que las fuerzas políticas formales puedan coaligarse entre ellas sin alguna dificultad.
El pacto fue el punto de libre desfiguración ideológica. Desde entonces ya es común que la dirigencia del PRD camine sin miramientos a la par de los intereses que en tiempos atrás tanto denunciaba. Que para las próximas elecciones estatales se estén dando alianzas tan contradictorias entre fuerzas de izquierda con los partidos que arropan todas las políticas de saqueo a la Nación. El Partido del Trabajo se alía con el PRI, el PRD con el PAN e incluso con el mismo PRI.
Lo que vemos en la actualidad es una pasarela de alianzas en búsqueda de espacios políticos más que la definición cierta respecto a un diagnóstico de la realidad y una posición de solución. La política, de ser un espacio de definiciones, en el campo de la formalidad, se está resumiendo en permitir acuerdos entre cúpulas de burócratas, centradas en los cotos de poder que construye un modelo económico dilapidador, favoreciendo únicamente a los que se enriquecen de la política actual de asalto. 
Pero todo esto los pactantes lo justifican desde el discurso de la unidad. Un discurso que per se es totalizador, que al construirse aísla a quienes no están de acuerdo en lo que esa “unión” se propone hacer y deja libremente al oportunismo definir quiénes sí y quiénes no están “por el bien de México”.
La palabra unidad está ponderándose en el lenguaje de la política con fines demagógicos más que con fines programáticos reales. En la unidad que ahora se convoca sólo caben los que están dispuestos a seguir con el estado de cosas imperante que ha trastornado la estabilidad del país y a su vez descalifica a quienes no se suscriben a ella tomándolos de necios y revoltosos.
Por ello lo que queda es construir organización basada en la identidad política, en el diagnóstico y programa real en beneficio de la Nación. Definirse realmente en qué sentido está la participación política. MORENA es el espacio que está intentando hacerlo. Claramente ha buscado diferenciarse de todos los pactantes y se ha mostrado como una oposición real y a la vez propositiva. MORENA debe asumirse como un espacio de certeza política y no vaguedades cómodas.
Pero todo esto depende de una militancia responsable y a la altura de las condiciones que se están viviendo. Si hay intentos de oportunismo y distanciamiento de sus principios democráticos la misma militancia debe de responder con convicción y fuerza a diferencia de lo que sucedió con los demás institutos políticos. Como fue el caso del mismo PRI que pudo, sin crítica alguna de su base de apoyo, cambiar sus estatutos para permitir el IVA en alimentos y medicinas y la participación privada en PEMEX.
Estamos en momentos en los que la ambigüedad es muy cómoda para los amos de México, y a quienes la pregonan les permiten obtener prebendas porque no hay un acto de responsabilidad. MORENA debe de ser ese espacio donde la congruencia impere porque es la única alternativa que queda de organización. Los demás partidos que se construyeron con un objetivo parecido se han deformado y traicionado a sus militantes y a los votantes que les dieron su confianza.
Partir de un reconocimiento de lucha con base en una definición política es lo que permite actuar con firmeza y sin desvíos. MORENA no debe de dejarse determinar por las prisas de los actos sin atender la base ideológica que los motiva. Y dejar en claro que sí hay diferencias con aquellos que se dicen de izquierda. No sólo de nombre sino de principios.

La única respuesta al “pacto por México” es la claridad de ideas y de posicionamientos en la población para que la demagogia y la imposición mediática no cieguen los verdaderos intereses de la Nación, que, por supuesto no son los que proponen los firmantes del pacto. Eso es MORENA o eso debe de ser por más arduo que sea conseguirlo.