Roberto Mendoza
Con
el fin de asegurar su legitimidad, una fuerte carta de presentación a la que Enrique
Peña Nieto recurrió iniciado su sexenio, fue el mostrar que en su gobierno se
lograrían dar los grandes consensos que en las anteriores administraciones
federales no se habían podido construir. Para conseguirlo, desde antes de tomar
el cargo, le fue necesario acercarse a las dirigencias de los otros dos
partidos de mayor alcance a nivel nacional y adherirlos a sus intereses.
Esto,
sin embargo, no representó reto alguno para Peña Nieto. Por una parte, la
dirigencia panista, así como el partido en su totalidad, personifica un claro
aliado en las definiciones de mayor interés inscritas en el modelo de libre
mercado del nuevo PRI; por la otra, la dirigencia del PRD, cada vez más
desviada de sus principios originarios y ansiosa de ser tomada en cuenta en el
reparto de los cargos públicos, estuvo dispuesta a sumarse. De tales posturas
se tuvo como resultando el llamado “Pacto por México”.
Presentado
con bombo y platillo por el Jefe del Ejecutivo Federal un día después de tomar
protesta, el pacto era considerado como “un acuerdo político inédito y
trascendente” al que le daba vida una alta madurez de las principales fuerzas
políticas.
No
obstante, una vez presentado su contenido se comenzaron a manifestar críticas
de lo que el pacto buscaba. La reforma educativa, la reforma en
telecomunicaciones y claro está, la reforma energética, que va de la mano con
la fiscal, están enmarcadas en la lógica privatizadora y de despojo a la
Nación. Pero la reacción de los pactantes a estos puntos de vista ha imperado
en considerarlos no por los argumentos por los que se emiten sino por quienes
lo hacen, calificándolos de radicales
Ahora
queda claro que aunque discursivamente lo hayan querido evadir, el pacto
también sirve para aislar a los opositores de las iniciativas que el pacto
impulsa (Principalmente el MORENA y su líder máximo Andrés Manuel López
Obrador). Pero también lo que no se ha dicho es que el pacto abre la puerta
para que las fuerzas políticas formales puedan coaligarse entre ellas sin
alguna dificultad.
El
pacto fue el punto de libre desfiguración ideológica. Desde entonces ya es común
que la dirigencia del PRD camine sin miramientos a la par de los intereses que
en tiempos atrás tanto denunciaba. Que para las próximas elecciones estatales se
estén dando alianzas tan contradictorias entre fuerzas de izquierda con los
partidos que arropan todas las políticas de saqueo a la Nación. El Partido del
Trabajo se alía con el PRI, el PRD con el PAN e incluso con el mismo PRI.
Lo
que vemos en la actualidad es una pasarela de alianzas en búsqueda de espacios
políticos más que la definición cierta respecto a un diagnóstico de la realidad
y una posición de solución. La política, de ser un espacio de definiciones, en
el campo de la formalidad, se está resumiendo en permitir acuerdos entre
cúpulas de burócratas, centradas en los cotos de poder que construye un modelo
económico dilapidador, favoreciendo únicamente a los que se enriquecen de la
política actual de asalto.
Pero
todo esto los pactantes lo justifican desde el discurso de la unidad. Un
discurso que per se es totalizador,
que al construirse aísla a quienes no están de acuerdo en lo que esa “unión” se
propone hacer y deja libremente al oportunismo definir quiénes sí y quiénes no
están “por el bien de México”.
La
palabra unidad está ponderándose en el lenguaje de la política con fines
demagógicos más que con fines programáticos reales. En la unidad que ahora se
convoca sólo caben los que están dispuestos a seguir con el estado de cosas
imperante que ha trastornado la estabilidad del país y a su vez descalifica a
quienes no se suscriben a ella tomándolos de necios y revoltosos.
Por
ello lo que queda es construir organización basada en la identidad política, en
el diagnóstico y programa real en beneficio de la Nación. Definirse realmente
en qué sentido está la participación política. MORENA es el espacio que está
intentando hacerlo. Claramente ha buscado diferenciarse de todos los pactantes
y se ha mostrado como una oposición real y a la vez propositiva. MORENA debe
asumirse como un espacio de certeza política y no vaguedades cómodas.
Pero
todo esto depende de una militancia responsable y a la altura de las
condiciones que se están viviendo. Si hay intentos de oportunismo y
distanciamiento de sus principios democráticos la misma militancia debe de
responder con convicción y fuerza a diferencia de lo que sucedió con los demás
institutos políticos. Como fue el caso del mismo PRI que pudo, sin crítica
alguna de su base de apoyo, cambiar sus estatutos para permitir el IVA en
alimentos y medicinas y la participación privada en PEMEX.
Estamos
en momentos en los que la ambigüedad es muy cómoda para los amos de México, y a
quienes la pregonan les permiten obtener prebendas porque no hay un acto de
responsabilidad. MORENA debe de ser ese espacio donde la congruencia impere
porque es la única alternativa que queda de organización. Los demás partidos
que se construyeron con un objetivo parecido se han deformado y traicionado a
sus militantes y a los votantes que les dieron su confianza.
Partir
de un reconocimiento de lucha con base en una definición política es lo que
permite actuar con firmeza y sin desvíos. MORENA no debe de dejarse determinar
por las prisas de los actos sin atender la base ideológica que los motiva. Y
dejar en claro que sí hay diferencias con aquellos que se dicen de izquierda.
No sólo de nombre sino de principios.
La
única respuesta al “pacto por México” es la claridad de ideas y de
posicionamientos en la población para que la demagogia y la imposición
mediática no cieguen los verdaderos intereses de la Nación, que, por supuesto
no son los que proponen los firmantes del pacto. Eso es MORENA o eso debe de
ser por más arduo que sea conseguirlo.