viernes, 23 de agosto de 2013

A nuestra generación le tocó defender la patria.

Roberto Mendoza

Soy parte de una generación que ha vivido grandes transformaciones. Nosotros, los nacidos a finales de los 80s, hemos podido hacer uso de lo que ahora se considera viejo y al mismo tiempo sabemos manejar muy bien lo que en tecnología es la mayor innovación. A nosotros aún nos tocó escuchar música en un cassette, con una cinta negra adentro, e incluso grabar música desde la radio odiando cuando hablaba el locutor. Nosotros todavía conocimos las regresadoras con forma de cochecito para reiniciar una película en VHS, enormes cajas negras que se intercambiaban los fines de semana si se quería ver otra película. Nosotros conocimos una máquina de escribir no como un trasto viejo digno de museo sino como una útil herramienta de escritura formal.

Pero ahora escuchamos la música desde un reproductor digital. Ya no batallamos en tener la precisión exacta de regresar justo al punto de la cinta donde iniciaba una canción cuando la queríamos volver a escuchar, ahora sólo basta poner encima un dedo en una pantalla táctil para conseguirlo. Hoy en día vemos las películas en alta definición desde la sala de la casa, con el control remoto en la mano y con palomitas listas en tres minutos. Atrás quedaron los cambios de películas en los tianguis o en los centros de video, ahora se compran y se conservan, y, por supuesto, ya no esperas a que tu mamá cocine el maíz en una olla metálica y haga los movimientos de lavadora sobre el fuego para que no se quemara la suculenta botana, hoy todo ese trabajo lo hace un cuadrado en forma de televisión llamado microondas, que, claro está, ahora ya no se asemeja a una televisión pues ésta ahora es plana, nada que ver con los grandes muebles que usábamos para ver las caricaturas, esas cosas que te exigían levantarte del sillón para cambiar de canal a través de una manija dura que costaba trabajo girar.

Sin embargo, a mi generación no sólo le ha tocado experimentar cambios abruptos en la tecnología sino también en las relaciones sociales.

Nosotros, los niños de los 90s, convertíamos las calles en canchas de futbol profesional, la calle era nuestra mejor zona de juegos, los deportivos estaban muy lejos y siempre era mejor jugar con los vecinos fuera de la casa donde estaban los padres al pendiente; hacíamos de dos pedazos de piedra los dos marcos de una portería (cosa que siempre producía pleitos por definir si algún tiro elevado había sido o no gol) y era siempre un chiflido el que avisaba si algún carro se acercaba para detener el juego y no terminar atropellados. Nosotros todavía conocimos el significado de la palabra “pidos” y “de amentis”; en nuestro léxico las groserías estaban por demás censuradas, ahí de uno si su papá te escuchaba decirlas.

Un señor era alguien de más de 20 años y se le tenía que hablar “de usted” porque significaba respeto, es decir, ahora que andamos nosotros por los 20 ya seríamos señores si se hubiesen mantenido esos cánones de interacción. La calle no era tan peligrosa, solo se tenía que tener cuidado, y cuando no era posible salir, estaba la opción de ocupar la cama como cuadrilátero para asemejar los movimientos de los luchadores que salían en la tele, cosa que nos hacía responsables de que más tarde al colchón le saltaran los resortes y ya no sirviera. Por cierto, los luchadores que imitábamos eran mexicanos con nombres mexicanos, Rayo de Jalisco, mascara sagrada, tinieblas, el hijo del santo… nada de nombres extraños como John cena, under taker…. Los niños de ahora no jugarían muy bien con los niños de antes.

 Pero hay cambios que responden a condiciones macro sociales que se vuelven sociales y que se pueden comprender, sin embargo, hay otros que responden a mecanismos graves de desprendimiento de toda responsabilidad social.

Nosotros, los mexicanos nacidos a finales de los 80s y principios de los 90s, que hemos vivido tantas transformaciones tecnológicas y sociales, también hemos padecido cambios graves en la estructura económica y política de nuestro país. A nuestra generación le ha tocado observar cómo es que lo que antes nos pertenecía a todos se ha ido dejando en manos de unos cuantos. Cómo es que las leyes que se proclaman son regresivas de los avances que en su momento se tuvieron gracias a las luchas de mexicanos valientes. Cómo es que las elecciones dentro de nuestro supuesto régimen democrático se han convertido en adornos que encubren imposiciones.

Hoy sólo 2 empresas, PEMEX y CFE, son de todos, y se acaba de iniciar una gran reforma constitucional para privatizarlas. Antes sabíamos y podíamos decir que el petróleo era de los mexicanos, ahora ya ni eso quieren que podamos decir. Sabíamos que el tata Cárdenas había hecho la expropiación petrolera como una medida de avanzada para el porvenir de México, sabíamos que eso era producto de un gran carácter nacionalista. Nos sabíamos orgullosos de ello. Pero ahora se nos dice que siempre no, que el viejo tata en realidad no había corrido a los extranjeros del negocio del petróleo que sólo los había apartado tantito. Vaya falacia.

A nosotros nos enseñaron que la educación debería ser laica, gratuita y obligatoria, así lo decía la constitución y se tenía que respetar, pero hoy es burlada por los gobiernos, impulsando sus reformas regresivas o modificaciones legales anticonstitucionales. En la educación pública, por más gratuita que se diga ser, si los niños no pagan la cuota de inscripción no se les permite inscribirse. De cada 10 jóvenes que hacen un examen sólo uno entra a la universidad pública. En un país que requiere tantos médicos a los jóvenes se les niega el derecho a estudiar medicina. Vaya contradicción.

Y aunque apenas andemos por los veinte años de edad, a nuestra generación le ha tocado vivir en carne propia dos fraudes electorales. Muchos de nosotros por primera vez estábamos posibilitados a votar en el 2006 y así lo hicimos, y lo hicimos por un proyecto de izquierda que terminara con tanta simulación, sin embargo, al final, la simulación se impuso. Hicieron con nuestros votos, con los votos del pueblo, lo que quisieron e impusieron a un  gobernante que lo único que hizo fue favorecer más a los que tienen mucho y perjudicar más a los que no tienen.

Sin embargo, sin olvidar el fraude, volvimos  a creer, y nos organizamos para defender nuestro voto e impulsamos de nueva cuenta el proyecto alternativo de nación que necesitamos en las nuevas elecciones de 2012. Pero esta vez nos enfrentamos a una posibilidad terrible: el regreso del partido que durante 70 años había llenado de autoritarismo y corrupción nuestro país. Por eso no declinamos y luchamos. De repente (es un decir), las calles se llenaron de jóvenes de mi generación denunciando el gran operativo mediático en apoyo a un candidato afín a sus intereses. Y a pesar de que se hacían llamar #yosoy132, cuando acudía a sus marchas sólo veía a compas que, al igual que yo, habían jugado futbol en la calle, que habían escuchado música en cassettes y que veían que el México que tanto queremos y que nos enseñaron a amar, se estaba desquebrajando, y eso no se podía permitir. Pero de nueva cuenta se impusieron, quedaba claro que aquellos que se adueñaron de nuestro país no están dispuestos a dejar libre a nuestro pueblo.

Por el contrario, una vez en el gobierno, se quitaron la máscara y dejaron atrás el sentido nacionalista que antes, a pesar de todo, defendían. Quedó claro que ya no había diferencia entre un gobierno del PAN y otro del PRI, los dos se habían domesticado a los intereses trasnacionales. Pero, peor aún, el gran partido de oposición, el PRD, ahora se sumaba a la voluntad neoliberal y decidía firmar un mal llamado pacto por México, que no es ni pacto, es subordinación, ni es por México, es contra México.

Pero, a pesar de todo, no se puede renunciar a seguir luchando. Aun somos muchos los que crecimos con una visión nacional de país y con ánimo de defender lo que nos pertenece. A nuestra generación, la misma que ha vivido tantos cambios, le ha tocado la tarea de definir si se permite el desmantelamiento de nuestro legado patriótico o si lo defendemos con información, organización y acción.

Nuestra generación puede ser marcada como aquella que permitió que todos los triunfos históricos se desecharan o puede ser recordada como la que le tocó hacer renacer la patria. Sin duda están dadas las condiciones para que sea lo segundo.  


A nuestra generación le tocó defender la patria. Asumamos con valor esta misión.
No cancelarán nuestro futuro.